Adiós. Amado verdugo
No, no, no. Mi voz se va con el viento.
No, no, no. Mis palabras desgarrando,
mi desesperada alma suplicando
desaparece con el movimiento.
Queda la negación en puro aliento.
Sola, indignada, ruego al cielo cuando,
cuando tú tienes el único mando,
tu trofeo sobre el carmesí asiento.
Mi dignidad para ti ceniza, amor.
Amor, ¿por que camino te perdiste?
Duros puños embisten de adulador
Y nunca más no fue mi último chiste,
hasta nunca tus ladridos de amargor
y libre y feliz y nunca más triste.
María Salazar García-Rosales
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